jueves, 14 de mayo de 2015

partida de ajedrez: "Melocotones para mi sobrino"






   —Empiezan moviendo las blancas. Peón a 1.e4. Esta anotación es la algebraica. Es la más moderna y aceptada actualmente. Adelanta tu peón a la casilla e4.       

   Eva tomo su peón de rey y lo adelantó dos casillas.    

   —¡Correcto! Así es. Aprendes rápido.   

   —¡Que va! Soy muy torpe, pero te agradezco tu ánimo, eres buen profesor.

   —No seas exagerada. Tan solo lo intento.

   Después de un momento de silencio añadió:    

   —Entonces. ¿Tu héroe terminó con problemas mentales?     

   —Sabes de sobra que no es mi héroe. Solo que es reconocido como uno de los mejores jugadores de ajedrez de todos los tiempos. Y sí... Terminó enfermando de locura. Pero la enajenación no tiene nada que ver con este juego. Lo importante es que puedes aprender de su estrategia si consigues estudiar sus movimientos.   

   —¡Si! ¡Si! Seguro. Tú lo que quieres es que acabe majareta yo también.    

   —No digas tonterías. Como voy a querer eso —aparté la mirada directa de sus ojos,  ahora creo que el que se había ruborizado era yo—. A ver me toca a mí, muevo 1…d5.    

   —¿Y ahora que se supone que debo hacer yo? —añadió.

   Creo que Eva se empezaba a interesar de verdad por este juego.     

   —Espera no seas impaciente, yo te voy diciendo. Ahora blancas mueven 2.PxP. Tienes que capturar el peón —le dije mirándole a los ojos—. Los peones se mueven hacia delante pero capturan cambiando de columna.   

   —Ah, me gusta, así me como tu peón. 

   —Ahora yo, me toca mover 2…Cf6, saco el caballo de la octava fila, y amenazo el tuyo. 

   —Si el caballito salta en forma de «L» —repuso ella de forma graciosa. 

   —Ahora mueves tú —le dije sin apartarle la mirada—. Avanzas un nuevo peón a 3.d4. ¡A mira! —exclamé, admirado por el genial movimiento de Morphy—. Las blancas pasan de defender el peón solitario.  

  —¡Que lastima! El pobre está destinado a morir.        

  Al mover las piezas, notaba como mi prima se balanceaba sutilmente sobre el tablero. Llevaba puesto un vestido blanco con unas florecitas rojas y hojas estampadas entre color verde y ocre que graciosamente se entrelazaban con aquellas. Todo abotonado por delante, menos unos ojales sueltos en el pecho que dejaban entrever la parte superior de su bikini.    

   —Me toca. Muevo 3…CxP, con mi caballo —el más pequeño que era de plástico—, capturo tu peón. ¿Sabes? Tu padre me ha dicho que me va a hacer uno de madera, que me quedara igual que los otros, hasta el punto de que ni siquiera notaré la diferencia.   

   —¡Mmm! Pues eso no se lo suele decir a mucha gente, creo que tiene esperanzas puestas en ti.   

   —¿Esperanzas? No quiero que nadie tenga expectativas sobre mí… que luego yo no pueda cumplir, y por ello tenga que quedar como un deudor.

   —No seas así. Tan solo es un detalle. Y con que se lo agradezcas bastara.

   —Bueno, en todo caso si quedara igual que los otros, valdría la pena el trabajo.     

   Ella me miraba atañida, mientras hundía la falda de su vestido entre sus piernas, balanceándolas de un lado para otro. 

   —Ahora te toca a ti. Mueve 4.c4, —le dije con voz nerviosa, que sin duda captó, soltándose un botón más de su vestido, ella avanzó el peón de alfil, provocando a mi caballo—. Yo retrocedo —trémulo—, mi caballo a 4...f6.       

Continué diciendo:

   —Te toca mover a 5.Cc3.

   —Salta caballo mío.

   Mi contrincante ahora decidida avanza su caballo abriendo su flanco de dama, que aprovecho para poner en juego mi incisivo alfil.

   —Entonces yo muevo a 5…f5, penetrando en su defensa ya abierta… Ahora como bien pensó Morphy, tienes que hacer que tu segundo caballo entre en juego en 6.Cf3

   —Así que con mi otro caballo salto por encima de las demás piezas blancas.

   —Ahora como me interesa abrir la diagonal de mi alfil en cuadros negros  muevo de forma agresiva 6…e6. Decidido a ir a por todas… ¡Te toca! Ahora debes mover tu alfil en cuadros negros a 7.e3. Para defender el débil peón en d4. ¡Ah! ¡Groso error! Me abres todas tus defensas y me dejas la iniciativa… ¿O es una provocación?

   Hago un torpe movimiento tirando una pieza al suelo, me repongo rápidamente y continúo diciendo:
   —Aprovecho la oportunidad y ataco presto con mi alfil que hasta ahora no había entrado en juego a 7…b4. Dejando paralizada tus defensas y cortando tu salida... Ahora en una acción desesperada contraatacas de forma firme con la Dama en 8.Db3. Amenazando mi alfil, o por el contrario, provocadoramente me ofreces tu caballo. Yo accedo gustosamente despojando tu retaguardia, con 8…AxC. Jaque al rey. Ahora estas a merced de mi ataque...

la ventana abierta: "Melocotones para mi sobrino"







   Podía escuchar como latía mi corazón en mi pecho aplastado contra el alfeizar de la ventana. Desde el encuadre que me dejaba ver esta, pude reconocer la habitación, la cama y frente a ella la cómoda, y sobre ella el Sagrado Corazón que en esta ocasión estaba girado de cara a la pared. No tardó en aparecer mi tía con el mismo camisón corto de otras veces, sus pechos derramados le salían por la sisa. Los dos pezones negros, asomaban juguetones y los pliegues de su cintura se dejaban caer bajo el camisón. Su piel íntima era rolliza y anaranjada. Sus muslos eran de piel arrugada, sobre ellos plegabanse sus carnes como la panceta, aquellos cilindros sebosos concluían en unas varicosas rodillas redondeadas, sin que se notara nada de hueso.
   Empezó a sonar una música de cámara barroca, para cinco instrumentos de cuerda: dos violines, una viola, un violonchelo y un contrabajo. Escrita en Mi menor. Frente a María apareció mi tío, moviendo las manos como dirigiendo el quinteto. Llevaba una camiseta de tirantes, blanca y calada, muy ajustada, dejabanse ver unos pelos grises y gruesos entre su escote, sus pechos flácidos miraban al suelo, y bajo su camiseta se asomaba su barriga redonda y peluda. Desabrochó sus pantalones cortos, al primer movimiento a ritmo de allegro, tiraba de la correa, ella le ayudaba a despojarse de la ropa, cuando soltó la hebilla de su cinto, sus pantalones cayeron al suelo y quedaron doblados como un fuelle entre sus pies. En ese preciso momento el violonchelo irrumpió en un glorioso acompañamiento a los violines. Mi tía María sentada en la cama, hundía su cabeza bajo el grasiento vientre de su pareja, y rodeaba su cuerpo con sus brazos gruesos de carnes descolgadas. Él, acariciaba su pelo con las manos, deshizo su peinado, apretaba a su compañera contra su cuerpo mientras miraba al techo de la habitación. De una cercera patada se libró del pantalón.
   Al tiempo que empezaba el segundo movimiento a ritmo de adaggio, dejó escapar de su boca un suave quejido, al momento que mi tía tenía sus manos enterradas entre sus muslos. Cuando esta se recostó en la cama, sonaron muelles oxidados, huesos y carne agitada. Quedó, tumbada boca arriba como esperando al compañero. Hilario Crespo, abrió las piernas de ella. Esta colocó sus manos entre sus muslos varicosos, y volvió a cerrar las piernas, mi tío se las volvió a abrir, rozando su piel con  delicada suavidad. Ella, mirando a la puerta y a todos lados las volvió a cerrar, su mirada vigilante escudriño todos los rincones de aquella habitación, también el rastreo minucioso incluyó la ventada donde nos encontrábamos Fran y yo. Quedamos paralizados.
   Ellos siguieron jugando. El tío Hilario que aun vestía la camiseta, volvió por tercera vez abrir los muslos de ella, esta vez con más decisión. Dejose caer torpemente sobre el cuerpo de su compañera, la cara de la tía María enrojeció y volvieron a sonar muelles oxidados, huesos y carne agitada. Mi tío bajaba la cabeza a la altura de la de ella, al tiempo que elevaba su trasero, blancuzco como la leche, y peludo. Lo movía con cierta gracia al compás de la música. Empezó a sudar profusamente, la compañera le desprendió la camiseta en un movimiento coordinado de las manos de ella y los brazos de él, hasta que la arrojo hecha una bola al aire desapareciendo desde mi perspectiva por un punto de la habitación sin determinar.
   Los instrumentos de cuerda empezaron a sonar en el tercer movimiento al ritmo de presto. La piel de Hilario brillaba, el sudor se derramaba gota a gota entre el bello de su espalda. Ella no se movía, mordía su labio inferior, luego su grisácea y desordenada melena se desdibujó entre la almohada, hundió sus uñas en la espalda del compañero atrayendo para sí el peso de aquel genio de la música. Ella apartaba la mirada y resoplaba, mordía la almohada. Las grandes manos agrietadas de Hilario, ahora acariciaban sus senos, aunque de forma no tan delicada como cuando trasteaba su laúd. Sumergía sus dedos en las blancas carnes. Jugaba con sus dos aceitunas, que ahora me parecían más grandes, más oscuras y más duras. Las apretaba fuertemente, esto provocaba en mi tía un alarido de placer que competía en sonoridad con la misma música de fondo. Me sentía confuso, empecé a pensar que también yo habría mamado de esos mismos pechos, los mismos que ahora estaban babeados por mi tío Hilario. El, empezaba a jadear, al principio, pausadamente, luego con más ritmo, acompañando a los violines barrocos, que ahora sonaban en solitario sin la compañía de la viola, el violonchelo ni el contrabajo.
   Mi tía seguía sin moverse, solo sus carnes que rebotaban, acompasadamente con la melodía respondían así a las acometidas de mi tío, que al momento se paraba, y paraban también de sonar los violines. Tomaba aire, y volvía al juego, y sonaban violines, y otra vez se paraba, y parabanse los violines, para  volver con más fuerza, volviendo otra vez a sonar los violines perfectamente sincronizados con los vaivenes del maestro, enérgico, fulgente, ahora al ritmo de presto passionato. En pleno ardor, irrumpió también, el contrabajo, en una fusión sublime de sonidos que acariciaban la atmosfera ya cargada de aquella habitación, a la que también se unían la viola y el violonchelo. Aumentó el brío de las notas hasta que Hilario, en un último esfuerzo quedó tendido, exhausto, sobre el cuerpo femenino, al tiempo que dejaron de sonar los violines, luciéndose ahora el violonchelo y el contrabajo, y volvieron a sonar violines y hasta la viola. Hasta que de un movimiento hábil de brazos de María, se quitó al compañero de encima quedando tumbados cada uno a un lado de la cama, y se volvieron a escuchar muelles oxidados, huesos y carne agitada, y pararon de sonar instrumentos de cuerda. Hasta que en un último compás la viola, los violines, el violonchelo y el contrabajo preparaban el final de aquella batalla que había dejado la cama desecha, y las sabanas empapadas en sudor. No tardaron tampoco en escucharse además los ronquidos de Hilario...