Morro Jable, es el puerto de destino cuando se llega en el Ferry desde Gran Canaria a Fuerteventura,
es un pueblo pequeño, sin embargo en los últimos años, casi como en todos sitios costeros, se ha ido expandiendo, y por tanto se muestra un tanto
desordenado, aunque bonito. El barco, atraca en su pequeño puerto, donde los grandes Ferries se alternan en la dársena con barquitos pesqueros y otras embarcaciones deportivas mayormente
dedicadas a excursiones por la zona, en un enclave mágico, rodeado de playas y montañas blancas.
A la salida del pueblo, si vas en coche, puedes coger dirección
a Cofete, esta, es una pequeña aldea costera situada al sur, en barlovento, en la península de Jandia, cuenta con una playa de unos 35 kms de largo, con una fina
arena de color melocotón. La carretera es bacheada, no muy transitada, apenas
circundada por algunas excursiones turísticas, y rutas programadas en todoterrenos, y quads.
Durante el trayecto se pueden ver burros en estado semisalvaje, y cabras,
muchas cabras, alejadas de sus establos, pero estas, siempre vuelven, a la tarde.
Existe otra carretera, la FV 2, en sentido norte, es la más concurrida de
turistas, y guaguas, que vienen o se dirigen mayoritariamente al aeropuerto, o
la capital, Puerto del Rosario. Cuando sales de Morro Jable, dejas a la derecha su imponente
faro, entre dunas blancas, playas y olas. El pueblo te despide con una
sorpresa; una escultura en una rotonda: “Niños
mirando al cielo”, al pasar, siempre me detengo la velocidad para observarla detenidamente.
La escultura representa a unos niños que viven en Morro Jable, en barro, a escala real. La escultura desconcierta a algunos, a otros incluso les da
miedo; o te gusta o no te gusta, pero no deja indiferente a nadie, y eso mismo
es lo que hace de la escultura una genialidad. Continúo hacia al norte por la misma carretera, y pronto una
nueva sorpresa, las playas de Jandia, kilómetros de playas blancas, en sotavento,
con nombres como El Matorral, Butihondo, Boca de
Esquinzo, Mal Nombre, Tierra Dorada y Risco del Paso; allí hay una
curiosa población de cuervos, que vienen a quitarte la comida si es preciso. Y
a la izquierda montañas, muy suaves, en tonos blanquecinos, y gastadas por el paso de los siglos, por el agua de la lluvia, y por el fuerte viento, porque allí, en Fuerteventura bate todo, el mar y también el viento, todo menos el tiempo, que discurre de forma apacible. La isla se muestra desforestada, apenas unas cuantas palmeras se yerguen dispersas entre el suelo ocre, y alguna construcción cubica, aunque ni
las ardillas se quieren ir de allí, y a falta de arboles, entre las rocas buscan su cobijo. Al llegar a Costa Calma, la isla se estrecha como si fuera una cintura, una cintura atractiva, femenina.
Continúo por la carretera, de doble sentido, cada pocos kilómetros
tengo que interrumpir la marcha debido a la cantidad de rotondas que hay, aunque
ninguna me llama la atención tanto como la de “Los niños muertos”.
A la hora de viaje, llego a la altura del aeropuerto, y pocos minutos después a la capital, Puerto del Rosario. Es la zona mas poblada de la isla. Edificaciones y edificaciones, junto al mar, todas a igual altura. Continúo
conduciendo, por la FV 1, ahora en dirección a Corralejo, una población turística al
norte de la isla, el paisaje de las montañas ha cambiado con respecto a lo que deje al sur, aquí aunque siguen siendo de perfil muy suave, las montañas tienen mas
riqueza de tonos, aparecen ocres, sienas y verdosos. Antes de llegar a Corralejo, nos
encontramos con un paisaje de dunas, el Parque Natural de Corralejo; dunas y dunas de fina arena blanca nival,
a ambos lados de la carretera, hasta donde alcanza la vista, dunas blancas. El paisaje es espectacular, parece nevado. A la derecha de la marcha, se pueden contemplar playas de tonos
verde aguamarinas.
No me detengo, hay construidos unos grandes hoteles entre la
mismas dunas, continúo por la carretera, busco otro lugar y reinicio la ruta, creo que las construcciones de hormigón agreden
el paisaje, y a las dunas.
Tomo una carretera secundaria, la FV 101, a los ocho kilómetros giro en un desvió a la derecha en dirección al pueblo de El
Cotillo, cerca de Tindaya, la montaña sagrada para los aborígenes, a tan solo
una media hora de Corralejo.
El Cotillo, es un pueblo pequeño, acogedor, con edificaciones de baja altura, igual que en toda la isla. Sus playas siguen siendo
blancas, pero ahora interrumpidas por roca volcánica, de filos cortantes, y de
color negruzco, en contraste con la palidez del color de sus playas. Aquellas,
las rocas entre las playas, forman piscinas naturales para gozo de los pequeños bañistas.
A la vuelta, regreso por la FV 10, quiero detenerme para contemplar Tindaya, la
montaña magina para los Majos, y pienso: ¿como alguien puede horadar, o agredir
su paisaje, en pos de no sé qué intereses turísticos? ¡Barbaros somos!
Cuando estoy en mi casa, en Gran Canaria, —o incluso también en
el trabajo—, hay días en que se puede ver la silueta de la isla recortada en la
línea del horizonte, allá donde se junta mar y cielo. Hay un dicho que dice: “Cuando
se ve Fuerteventura, al día siguiente, lluvia segura”. Es curioso, que una
tierra tan desértica, anuncie la lluvia, naturalmente no siempre se cumplen
estas previsiones. Yo sin embardo cuando la veo, a lo lejos, pienso: ¿Cuándo será
la próxima vez que estemos juntos de nuevo?