martes, 14 de julio de 2015

La tia Maria: "Melocotones para mi sobrino"


... La tía María tomaba una gran tajada de la fruta, tan grande como su redonda cara. Eso sí, esperaba primero a que cada uno tuviera su ración, luego dábale tal mordida que atiborraba sus carrillos de la pulpa rosácea. En tal menester se le oía respirar por su nariz. 





   Como no podía tragar, el jugo terminaba deslizándose por su cara, hasta su barbilla, alguna pepita siempre se le quedaba pegada en los redondeados y sonrosados mofletes, lo cual atraía aun con más frenesí a las moscas. Gota a gota el zumo se le derramaba también entre los dedos de las manos, bajaba por los antebrazos, hasta llegar a los codos. La vertiente que procedía de la barbilla se precipitaba en su pecho, y se encauzaba a través del canalillo de su escote hasta su ombligo. Cuando rebosaba este, el torrente se dejaba caer con más fuerza, hasta desaparecer bajo la entrepierna. La segunda vertiente que procedía de sus antebrazos y codos terminaba por manchar su vestido estampado de tela de la que se vende por metros. Limpiabase la cara luego con el mismo brazo empapado de sudor,  que se mezclaba con el dulce néctar, al tiempo que espantaba las moscas, para luego limpiar sus manos y cara con las faldas del vestido a modo de servilleta. Volvía a dar otra mordida a la fruta, y luego otra más. Pero al morder de nuevo con la boca llena, no hacía sino derramarse cada vez más babas junto con el zumo sobre el plato, el mantel, y de nuevo sobre su vestido; caiale también los goterones del jugo por los orificios de la nariz. Con tal ajetreo las moscas no paraban de acudir, cada vez aparecían más y más, las había negras, azuladas, de las cojoneras, que no sé si es otra clase de moscas pero así era como las nombraba el tío Hilario...

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