martes, 6 de enero de 2015

Una mantis poco religiosa




Surgió de la nada, en mitad de la noche, igual salió de mi sueño, no lo sé, pero allí estaba ella, delante de mí, tenía una correa de cuero en su cuello y una cadena de acero, no muy larga, que yo sujetaba fuertemente en mi mano. Era mía, mi concubina, mi esclava, mi sirvienta. Haría todo lo que yo le pidiera. No sé cuándo empezó esto, creo que no la conocía de nada, o quizás sí, en mis sueños, imagino, no lo recuerdo bien. Tan solo sé su nombre, Violeta, al menos eso me dijo, creo que no se llama Violeta.



                                                                                 



   Ahora sí... La conocí en un bar la noche anterior, había ganas de juerga, ganas de pasarlo bien… y suficiente dinero en mis bolsillos. Me fijé en aquella mujer, algo en ella afloraba por encima de todas las demás; no se precisar si sería su extraordinaria belleza, o su mirada inconcusa, o quizás, la mezcla de ambas. No era del lugar, era la primera vez..., nunca la había visto por allí, quizás sí, en otro lugar. En un principio, no sé qué era lo que le atrajo de mí. No sé lo que andaba buscando, si es que buscaba algo, creo que sí, o al menos en esa noche.
 
   Pero sea lo que fuere, yo no tardaría en descubrirlo. Lo cierto es que hubo un intervalo de tiempo en que no recuerdo nada de lo que pasó. Me inquietaba saber que durante esa laguna, estaría yo totalmente indefenso, a su merced, me podría haber robado: mi dinero, o mi memoria si lo hubiera querido; para posteriormente no dejar recuerdo alguno de aquel encuentro. Sé, que ella habría permanecido a mi lado en todo momento, lo que más temo al respecto, es que estoy seguro de que esa mujer conocía lo que pasó en ese lapso de tiempo. Lo que no alcanzo a saber es hasta qué punto era ella también victima al igual que yo, o en su lugar; cómplice o artífice de mi olvido.

     Y allí estaba ahora, en mi apartamento, sin conocerla de nada, asida fuertemente al frio cabecero de mi cama, era yo su esclavo, ella era dueña de mi memoria, era yo quien estaba amarrado a ella.

     Recordé que me dijo medio en broma, o medio en serio que si no la satisfacía, me mataba. No sé si se refería, bien a que me mataba de placer, o bien a que me quitaba la vida a sangre, pero creo en cualquiera de las dos formas me quitaría la vida, o peor aún, me devoraría como lo haría una mantis religiosa con el macho que osara copular con ella.

     Yo había empezado a jugar a un juego macabro, al que ya no podía dejar de jugar; es como si algo que una vez empezado ya no se puede abandonar hasta llegar a su conclusión. Ella no se podía liberar de sus cadenas, ni tampoco yo de mi sueño. Si quería liberarme yo de este, mi sueño, sabía que primero tenía que liberarla a ella de sus cadenas, eso me producía una situación de indefensión, me creaba cierta inseguridad, temía que pudiera cumplir su promesa, y que yo, en el preciso momento de despertar de mi sueño no alcanzara sino el fin de la vida.

     Fue como un inexorable juego, en el que una vez que se empieza la partida se pierde, siempre, pero era demasiado tentador como para rechazarlo, era bajo el coste inicial y muy sugestivo el premio por ganar. Creo que ella me decía la verdad, o quizás no, o todo fuera un sueño. En realidad no sé dónde empieza la verdad y donde el sueño.

     No se precisar en qué momento desconectas del mundo real para sumergirte en el imaginario. Si es que existe ese punto de encuentro, esa frontera. A veces pasa que sueño y realidad se funden en un halo borroso, indisoluble, como formando parte de  una misma esencia, como las dos caras de una misma moneda, o el anverso y el reverso de una misma hoja que siempre van unidos allá donde vaya la hoja. Las dos experiencias se confunden, llegándose a entremezclar realidad y sueño, y las dos experiencias viven juntas, o se sueñan juntas. Y se pueden compartir, en la vida diaria, o en la muerte diaria, en la calle. Son experiencias comunes, al alcance de todos, lo que uno sueña, o cree que sueña, se entrelaza con lo que otro vive, o cree que vive.

     Confuso, miro a mi compañera, ella, se acerca insinuante. Sé, que huele mis dudas, mi indecisión, mi inseguridad, incluso hasta mis miedos. Me sonríe, o se ríe de mí, lame su cuero con su lengua lasciva, me provoca, me incita, me ofrece su cuerpo, es demasiado perfecto, no sé si es sueño o es real: si ella sueña, yo vivo; pero si ella vive, yo soy el que muere.



 

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