Los dos elegimos la
misma mesa para el café, sin dudarlo -la que habría de guardar nuestro secreto-, no demasiado cerca de la barra, más bien,
alejada del paso de la gente. Me senté junto a ella, no enfrente, ni tampoco a un lado, sino a noventa grados, la distancia perfecta, en un ángulo perfecto
para una tertulia amigable. Fue lo único que elegí voluntariamente. Eso, y el
café solo, lo demás simplemente pasó.
Lo había deseado,
Ella, estaba ahí, delante de mí, me miraba, yo la miraba, hablamos, las mas de las veces en sintonía, también reímos, jugamos,
nos rozamos, nunca un pequeño momento cotidiano había sido tan placentero. Anteriormente
lo había soñado, o prefiero decir vivido en mis sueños, recuerdo fugazmente como
esta misma situación se repetía, quizás en otro momento, y en otro contexto, pero el encuentro se reproducía como en un Déjá Vu,
mágico.
Me invadía una
complicidad inusual con aquella chica, tan alejada de mí, pero al mismo tiempo tan
cercana. Todo era nuevo, pero viejo a la vez, nuevo porque aquel fue el primer
café a su lado, viejo porque el contacto con ella siempre me resultó familiar, no la conocía de nada, pero ella
conectaba con algo dentro de mí, desde la primera vez, desde el primer
encuentro, apenas sin esfuerzo, casi sin usar palabras, como en una sintonía fastuosa,
y plena de complicidad, en un lenguaje común, no universal, sino compartido tan
solo por los dos.
Aquella cita no era
casual, algo buscaba yo, no sé bien si en ella, la misma chica de mi sueño, o quizás
en mí, en los dos, en las pupilas clavadas en las pupilas, o en las chispitas
verde oliva que vibran destellantes en su mirada.
Era una terraza concurrida, no estábamos solos, pero todos sobraban, no había nada más, no había nadie más, la tarde era muy fría, húmeda, gélida, no me importaba, sentía calor, me estremecía, de frio, o de calor, me da igual, pero me estremecía. Aquel encuentro me hacía sentir vivo, notaba como algo me sacudía en mi interior, algo incómodo, una emoción difícil de controlar, que te espolea, que te activa y que te hace vibrar, sentir, pero la busco, la he buscado yo, la hemos buscado los dos.
Era una terraza concurrida, no estábamos solos, pero todos sobraban, no había nada más, no había nadie más, la tarde era muy fría, húmeda, gélida, no me importaba, sentía calor, me estremecía, de frio, o de calor, me da igual, pero me estremecía. Aquel encuentro me hacía sentir vivo, notaba como algo me sacudía en mi interior, algo incómodo, una emoción difícil de controlar, que te espolea, que te activa y que te hace vibrar, sentir, pero la busco, la he buscado yo, la hemos buscado los dos.
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