domingo, 4 de enero de 2015

Dos discuten si uno no quiere.








Me dispongo a salir de vacaciones, este año me acompaña por primera vez Eva, la nueva administrativa en la oficina. ¿Quién me lo iba a decir?...

   Vamos en mi coche, calculo un viaje de poco más de cuatro horas, que decidimos hacer del tirón. Salimos de Albacete ya avanzada la mañana, aunque teníamos previsto salir de madrugada; en su lugar el sol ya hace horas que asomó por el horizonte.

   La residencia de verano de nuestros amigos Antolin y Elena se encuentra a las afueras de Málaga, es la primera vez que nos  dirigimos allí. Las indicaciones que nos dio nuestro amigo para llegar, aunque son algo imprecisas, no me preocupan lo más mínimo, además siempre nos quedara el móvil.

   Es una mañana tranquila, sin mucho tráfico, para mi sorpresa quizás poco antes de los previsto llegamos al desvío indicado, dejamos atrás la autovía, en su lugar voy conduciendo por un tramo de carretera cada vez más complicado.

   Conforme vamos llegando al destino el camino se va estrechando, hay muchas indicaciones verticales, son como carteles pirograbados inscritos en tablas clavadas sobre postes bien colocados en cada bifurcación, hay otras indicaciones clavadas en un viejo tronco de un árbol seco. Las  indicaciones a modo de flechas señalan a todos lados. Los caminos serpentean, polvorientos ascienden por laderas y  montañas, otros atraviesan valles. Cogemos un camino equivocado. Volvemos. Circulamos por una carretera a veces asfaltada, y a veces por caminos de tierra  en mal estado, en algunos tramos están haciendo obras, tenemos que ir despacio, muy despacio, incluso por debajo de la velocidad que lo haría una persona caminando.

   Aunque lentamente, pero avanzamos. En un momento dado los dos bajamos del coche, tengo que acercarme bien a las indicaciones que se ven vagamente, desdibujadas, parece que el mapa que tenemos está correctamente, al menos estamos bien orientados, las señalizaciones de la carretera corresponden con las del mapa. Solo tenemos que interpretarlo bien y seguir por el camino adecuado. Sabemos que tenemos cerca el destino. Subimos al coche, tomo un nuevo camino, me da la sensación que ya hemos pasado por ahí, el paisaje es familiar, volvemos a rodar por las huellas que han dejado minutos antes las ruedas de nuestro vehículo. Cruzamos de nuevo delante de  aquel tronco de árbol seco. El móvil está sin cobertura, y el cuentakilómetros marca una cantidad desproporcionada, tal es así que podríamos a ver ido a Málaga y vuelto a Albacete hasta en cuatro ocasiones. El indicador de gasoil está en la reserva. Miro la hora, pasan ya 15 minutos de las cinco de la tarde.

   Miro la cara de Eva, aunque no me dice nada, sé que está preocupada. Sabe que si me dice algo, que si me reprocha o me insinúa que tengo la culpa del retraso, puedo estallar en cólera. Unas gotas de sudor caen de su frente, eso me pone nervioso. No puedo hacer girar el vehículo, el camino es  tan estrecho que me resulta imposible la maniobra, empiezo a ir más rápido, piso el acelerador, pero tan solo consigo quemar rueda, gasolina, embrague, y quemarme yo. El coche no avanza todo lo que yo desearía. Miro al reloj, son ya las 6 menos cuarto. Miro de nuevo a Eva, tiene la mirada clavada al frente, sus labios están resecos. Miro al cielo, está oscureciendo, veo la misma silueta del tronco de árbol de nuevo, esta vez recortada a contraluz.

   Eva esta sedienta, yo también tengo sed, y también algo de hambre. Ahora pienso que deberíamos haber realizado una parada a mitad de camino. Eva que me conoce bien, no me pregunta nada, Solo me faltaban sus reprimendas, pensaba yo in mente:

   —Así no se puede viajar…, deberías haber tomado bien las indicaciones que te dijeron…, te lo avisé…, mira que yo sabía que esto podía pasar…, además teníamos que haber parado a comer algo.

   Yo sabía que Eva pensaba esto de mí, pero, nunca me decía nada, en su lugar callaba, ¿Porque no me lo recriminaba? Me merezco una reprimenda, por mi culpa estamos en esta situación. ¿Y ahora qué?

   No se salir de aquí, no podemos avisar a nadie, no sé qué hacer, tampoco puedo decirle nada a ella, debo de aparentar calma, debo de controlar la situación, si eso, control, control, intento respirar hondo… tengo el control.

   Eva no me reprocha nada, es una chica inteligente, simpática, bien educada, aunque es tan culpable como yo. No me dice nada que me pueda ofender. Pero su educación, pienso, no la exime de culpabilidad. Me contengo.

   Detengo el coche, miro el indicador de combustible, miro al desolado horizonte, miro de nuevo a Eva, noto que me quiere decir algo, debe estar molesta conmigo, sabe que no he confiado en ella. ¡A la mierda el control! Soy yo el que le recrimina:

    ––No me mires así, Eva. ¿Qué culpa tengo yo? Podías haber conducido tú, también tienes carné. Además, la idea de venir aquí fue tuya. Antolín y Elena son tus amigos, yo no los necesito para nada. Yo quería ir a Alicante. No sé cómo te hago caso. ¡Maldita sea la hora…! Podía estar en Jávea tomándome unas cervezas y en su lugar… ¿Y en su lugar?... ¿Qué hago aquí?... ¡Idiota!

    Miro de nuevo el reloj, son más de las 7, ha caído la noche, estamos perdidos, salgo del coche.

      Veo el reflejo de un cartel indicador, me acerco hasta allí andando, tanteando entre ramas y arbustos en plena oscuridad. Puedo leer: Esta usted en la provincia de Albacete.


 
 


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